30 de enero de 2015

Somos un barco y no se puede hundir

 Cada noche de mi vida, desde bastantes años atrás, las pesadillas han dominado mi cabeza. Reflejos de mis miedos, siempre he preferido el insomnio a no saber qué ocurrirá al cerrar los ojos. Hubo un día en el que no recuerdo estar cansado, ni haber entrado en la cama, pero de golpe huyó el sol y mi luna no quiso aparecer. Una llamada y comienza la lluvia. Horas de coche a una velocidad imprudente que no acortaba el camino, para llegar a una ciudad sumergida en una niebla que parecían perros hambrientos devorando todo a su paso. Una bestia que me desgarró las vísceras.
 Os aseguro que no se puede gritar más fuerte cuando mil voces callan al verte entrar en un hogar que acaba de romperse, y ninguna se atreve a decirte que tu padre ha muerto. Todos los relojes se paran ahí, nadie les dará ya cuerda. La tormenta ha ganado y reclama su trofeo. Azota con la ira de cien dioses, hiela su cuerpo para que recordemos diferentes los últimos besos. Y cuando no queda color más que el negro allá donde mires, lo entregamos. Ves en los ojos de los demás la confirmación de que no va a volver. Ya no hay sol que caliente el aire, si yo ya no lo quiero ni respirar. No es un sueño, es un mar furioso, una enorme ola que sacude nuestra embarcación.  Perdimos el ancla pero estamos unidos para luchar contra la deriva. Este barco no se hunde. Ahora que he vivido el peor de los sueños, es el momento de ser yo quien domine las pesadillas y no las deje dormir.