31 de enero de 2015

Blasón vacío


 Desde que nacemos estamos condicionados por el azar: ser niño o niña, caucásico o asiático,... Pero a su vez esta suerte está delimitada por los genes, la sociedad o la época. Se puede nacer rubio y alto en una familia acomodada de Toronto, o bajito y moreno en un suburbio de Calcuta. Tras esta determinación, casi todo lo demás tiene su motivo, decisiones que dibujan a uno mismo.

 Heredé las patas de gallo y el pelo de mi padre y no por ello opté por el arte de la joyería. De mi madre quizá la boca y los lunares, pero me escabullo de las iglesias dando coletazos. Heredé dos apellidos que sólo son palabras, obtuve unos padres que decidieron educarme en la honradez y el cariño ante todo. Es por eso que este blasón vacío no puede llenarse con letras y símbolos pues ya está repleto de personas anónimas que son las que crean la verdadera familia.

30 de enero de 2015

Epitafio

"Recuerde el alma dormida,          
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte               
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,               
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
[...]"

(Coplas a la muerte de su padre, Jorge Manrique)


Esta vez han sido las manillas de su reloj las que se han parado y nadie ha podido ponerle remedio. Ahora es mi turno, el nuestro de mantenerlo vivo en nuestra palabra y en nuestros corazones. Nadie se muere si se le recuerda. Hoy mi padre es eterno.

Tren de vuelta



 Ha sido un viaje de excesivos cambios. La ruta prevista se alteró en un instante. La velocidad aumentó provocándome un vértigo inimaginable, elevándome tan alto para luego dejarme caer en picado y propiciarme un golpe brutal contra el suelo. Sin piedad ninguna. Ha sido un recorrido sin aliento. Ha sido un camino de esos que no se pueden olvidar, por mucho que se viaje después.

Despedida



 Hoy tuve miedo escénico, más que nunca. El papel era interpretar todos los sentimientos que encierra mi cabeza para despedir a mi padre, dejar caer el último clavel con versos ajenos y besos propios. Ahora mi miedo es olvidar su voz, su humor, su calor.

A las puertas









No hay consciencia del tiempo si el reloj se para.
No sabes si vuela o si se estanca.

Arrancar una hoja del calendario


Febrero dice que se acaba ya, que huye. No quiere contar hasta 30,
se niega a recordar en su nombre que hace un mes que se fue.

In situ



 Que al menos parezca el paraíso donde ahora duermes.

Ocho de la tarde



Explícame la prisa por marcharte, por parar todos los relojes.

Inmortalizar



 Sabes ese momento en que todo está precioso, la compañía es perfecta y sientes la necesidad de inmortalizarlo.
 Ahora te cuento que la belleza de la vida fluctúa, que nada dura para siempre, que nadie es inmortal. 
 Una foto podrá destruirse pero un recuerdo así jamás se desvanece.

Somos un barco y no se puede hundir

 Cada noche de mi vida, desde bastantes años atrás, las pesadillas han dominado mi cabeza. Reflejos de mis miedos, siempre he preferido el insomnio a no saber qué ocurrirá al cerrar los ojos. Hubo un día en el que no recuerdo estar cansado, ni haber entrado en la cama, pero de golpe huyó el sol y mi luna no quiso aparecer. Una llamada y comienza la lluvia. Horas de coche a una velocidad imprudente que no acortaba el camino, para llegar a una ciudad sumergida en una niebla que parecían perros hambrientos devorando todo a su paso. Una bestia que me desgarró las vísceras.
 Os aseguro que no se puede gritar más fuerte cuando mil voces callan al verte entrar en un hogar que acaba de romperse, y ninguna se atreve a decirte que tu padre ha muerto. Todos los relojes se paran ahí, nadie les dará ya cuerda. La tormenta ha ganado y reclama su trofeo. Azota con la ira de cien dioses, hiela su cuerpo para que recordemos diferentes los últimos besos. Y cuando no queda color más que el negro allá donde mires, lo entregamos. Ves en los ojos de los demás la confirmación de que no va a volver. Ya no hay sol que caliente el aire, si yo ya no lo quiero ni respirar. No es un sueño, es un mar furioso, una enorme ola que sacude nuestra embarcación.  Perdimos el ancla pero estamos unidos para luchar contra la deriva. Este barco no se hunde. Ahora que he vivido el peor de los sueños, es el momento de ser yo quien domine las pesadillas y no las deje dormir.


Tallado



 Vives.
 Vives y viviste dejando tu marca en toda persona a cada paso de tu camino, sacándonos de lo oscuro con firme letra para no caer perdidos. Eres palabra y eres vida, un tatuaje que llena el pecho, una senda que seguir.
 Vives y vives y vives en nuestro recuerdo.


¿Dónde?

 Si es que existe un paraíso, un cielo o un valhalla. Si es que existe un lugar mejor y por eso te llevaron, deseo con todas mis fuerzas que allí estés. Porque de lo que tengo la completa certeza es de que no abandonas mi cabeza, que tu voz sigue tan viva en mí. ¿Dónde? ¿Dónde diablos estás? Quizá van mil las veces que he cerrado los ojos contando hasta diez para, al abrirlos, verte aparecer.


7 de septiembre



 Qué tienen las tormentas en mi contra. Qué tiene el tiempo que sacude y azota el día exacto y desarma los esquemas.

 Tu reloj adorna hoy mi luto en un cumpleaños que no hay velas que soplar, porque no hay fuerzas, porque no estás.

 Feliz cumpleaños Papá.

Al fondo del salón




 ¿Hay algo más natural que congelar la imagen de un video y captar un gesto? ¿Algo más bonito que obtener el fotograma en el que a lo lejos de un salón tus padres se daban arrumacos hace 24 años?

 Y ahora... ¿Hay algo más triste que saber que ÉL ya no está?

Promesas



 En mi familia sólo se hacen promesas si se sabe que se pueden cumplir. Prometimos volver todos juntos pero los días se han agotado sin previo aviso. Quedaba mucho por vivir contigo.


Un mañana u otro





 Detente un instante y dime cuánto sabes de la persona que tienes a tu lado. Si disfrutas sus silencios, si sientes sus miradas.

 Párate, piensa en la última conversación telefónica en la que dijiste un te quiero, un tengo ganas de verte, incluso un hasta mañana.

 Quieto. Un segundo
. Acuérdate de esa copa de más que fastidió una cena, una amistad, una pareja.

 Ahora te dejo libre, que te armes de valor para hablar más y beber menos, preguntar hasta la saciedad, mirar profundamente. Para ser tú quien llame y lo primero que diga sean palabras con sentimiento que quiten el sentido.


 Porque un día notarás la ausencia de esos ojos, el silencio será una cárcel en la que no tienes derecho a una llamada, si gritas nadie escucha, donde se acabó la fiesta.

 Mañana corre, no pares, no te quedes quieto ni un solo momento. Haz todo lo que esté en tu mano por tener otra mano cerca.

Fuego




 ¿Qué necesita una habitación para sentirse llena? ¿Qué falta para dejar un corazón vacío? Fuego.

 Es la presencia del fuego que nos llevó a ese salón hace un año, el calor de una familia tremendamente unida, como nunca. Éramos tan sólo cuatro pero abarrotábamos la sala de felicidad. Perdimos la consciencia del tiempo, no sé cuántas horas fueron, aunque cada gesto quedó grabado muy dentro. Todo lo presenció una hoguera con unas llamas que se alzaban tan mayúsculas que derritieron el frío cielo y una tormenta las apagó súbito. Furiosa, envidiosa y prepotente inundó de lágrimas las paredes, encharcó los marcos de fotos y aquel retrato de la escalera. Cuales náufragos nos cogimos las manos e hicimos fuerte en la pequeña isla a la que nos empujó la marea, pero sin ti.

 Todas las noches subo a lo más alto, enciendo mi pequeña fogata que te sirva como faro si andas aún desorientado y paso las horas esquivando pesadillas que me quieren arrojar por el precipicio. Al alba, arranco otra hoja del calendario, descarto de nuevo la opción de que vuelvas. Un día grité desgarrándome hasta la saciedad “recuerde el alma dormida” y ahora los traicioneros ecos devuelven tu voz intentando deformarla. Y es que no se puede recordar algo que no se ha olvidado. A lo lejos me confunden barcos mercantes que trafican con silencio y sombras de un universo donde el único astro que brilla es tu preclaro perfil. Un día me pregunté cómo explicaría a quienes no te conocieron que, tras un instante, en aquella chimenea te hiciste ceniza.


 Hago recuento, cuento y vuelvo a contar con los dedos lo que perdimos. Doscientos seis huesos como columnas de esta casa que hogaño tirita sin rigidez, desprotegidos. Más de seiscientos músculos, pero luchamos fuerte para que no se atrofien los diecisiete que se necesitan para volver a sonreír.

Creencias


Me creía yo que me iba a perder la niebla.
 
Se creía la niebla que me iba a perder en ella.

Intentar enmudecer




 Por muchas palabras que escribo siempre queda algo sin definir. Por muchas hojas que llene aún mi mente no se vacía.


 Que ni mi voz ni mis manos escasean cuando de tu ausencia tratan y de este dolor hablan.

Epílogo


 Los muros de una vivienda suelen ser, desde su construcción, exactamente los mismos, conformados a lo largo del tiempo por los ladrillos, azulejos y puertas de siempre. Tras más de una veintena de años subiendo y bajando sus escaleras, abriendo y cerrando sus ventanas, hoy me doy cuenta de que el mismo edificio ha albergado diferentes hogares de una sola familia. La hemos moldeado como el barro girando sin cesar en el torno, la hicimos crecer, rectificamos y pulimos con suma delicadeza. De idéntica forma que se desarrolla aquel bolero de Ravel, que hemos disfrutado juntos hasta la saciedad: simple y sin artificio, marcado por un ritmo incesante y marcial que pudieran ser los péndulos de la decena de relojes pobladores de nuestras paredes. Solistas mamá cual dulce flauta y tú, insigne clarinete creando la melodía principal, nos distéis paso poco a poco a nuevos miembros. Cada vez más voces en casa orquestadas en perfecta armonía, creando una envolvente atmósfera. Y con la suma de todos los instrumentos se hermoseaban los pasillos, volvíamos envidiosos a los vecinos y a aquellos que vitoreaban el retumbar de los cimientos. Un crescendo in extremis precedió al derrumbe final. ¿Cómo si tantas veces escuchamos el bolero no pudimos percatarnos de que no éramos sólo público? ¿Por qué si era bien sabido su final no fuimos capaces de alargarlo más? Diecisiete minutos de partitura que acaban súbito. Tal era el volumen de la música que al enmudecerse nos sorprendió el hundimiento de los pilares y ahora recogemos en pedacitos el resultado. Vivimos tan dichosos interpretando la obra que tu silencio es, un año después, la mayor de nuestras tragedias.